América del canto y las arenas,
de la espesura madre en cuyos sueños
los leños arrebujan a tus venas
de cristalinos torrentes derramados
a los pies de la fortuna
y el brillo de la luna,
con un grillo cantándole a su vera,
se dibuja en la trémula laguna
que deshila sus hebras una a una,
emulando la nívea cordillera.
¡Oh tierra del arrope de la tuna
América del cóndor y del trueno,
América encantada por el duende
serrano que cantando va tu nombre,
América del hombre
que se muere en la tierra que lo ama,
que lo busca y lo llama,
y renace de tu vientre como lanza,
relámpago en la bruma,
con plumas del quetzal de Moctezuma,
y sangre de jaguar y de venganza!
América del arduo aprendizaje
de la cruz asesina e invasora,
América de mitos que agonizan
detrás del maquillaje de la estampa
de la América abundante y redentora.
¿Cómo he de invocarte,
qué nombre retener podrá tu aurora
en qué cielos de lunas marchitadas,
centellas y crepúsculos arcanos
podrá tu lastimada geogonía
nombrar al dios del Sol
nacido de tu légamo materno,
cómo podré nombrar
tu nombre eterno
sin cubrirte de polvo y agonía?
¿Cómo podré nombrarte
a ti que regalaste
el fruto de tu esencia milenaria,
el tomate, el cacao y el maíz,
el brillo de tu lanza libertaria
el fuego y la obsidiana que sangraste?
¿Cómo podré decirte entera y alta
sin inundar tu pena de silencio
y de huecas palabras desoladas?
Enfermaron tu esencia,
maravillosa América,
te llenaron de un dios que no era tuyo,
descuajaron tu noble indumentaria,
tu jaguar y tu quebracho,
te colmaron de cañones y de sables,
le robaron a tu gente la sonrisa,
te llenaron de muerte
y nombraron con sílabas ajenas
los ríos que nacieron de tus penas;
murieron por tenerte sin tenerte,
sin entender la esencia de tu ceibo,
ni el claro mineral de tu espesura.
América inmortal y taciturna,
tan verde de esmeralda,
tan áurea amarillenta,
tan roja y desangrada,
tu vientre es una urna
que carga en sus espaldas todo el viento
del futuro del siux y del tolteca,
del maya y el olmeca,
el guaraní, el kolla, el aymará,
el quechua, el taíno y el azteca.
Un día llegará el renacimiento;
de tu vientre de cántaro araucano
retoñará el guerrero con su raza,
arrasará los campos y los ríos
y quemará los libros que te callan;
resurgirán los pueblos y los cantos,
el sílice ancestral de tu espesura;
regresará la paz a tu silencio
el marchitado espíritu del búfalo
y el metálico sonido de las aguas...
y volverá a brillar
la lumbre de tu oro más preciado,
el dios del firmamento de la pampa;
resurgirán los muertos de la tierra,
herida por la espada y la conquista,
y se abrirá tu vista,
y volverán tus hijos a su guerra
destituyendo el mito
de la tiniebla ibérica,
llamándote sin nombre, sin América.
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