jueves, 19 de febrero de 2009

Operación masacre: Rodolfo Walsh, entre Daniel Hernández y el Profesor Neurus



Escribí este libro para que fuese publicado, para que actuara, no para que se incorporase al vasto número de ensoñaciones de ideólogos. Investigué y relaté estos hechos tremendos para darlos a conocer en forma más amplia, para que inspiren espanto, para que no puedan jamás volver a repetirse.

Rodolfo Walsh


Más allá del enfoque teórico que prefiramos hacer de Operación masacre, debemos anteponer, por respeto al autor y hasta por ética, las funciones concretas con que Walsh fue presentado este informe negro a lo largo de los años: la acción. Desde esta perspectiva (que se puede sostener desde el epígrafe en donde el que el verbo ‘actuara’ fue destacado en su versión original) parece pertinente recurrir a la Teoría de los Actos de Habla de Austin, más tarde reformulada por Serle.

Entonces, ¿qué es realizar un acto de habla? Modificar las ideas y, en consecuencia, la conducta de un otro mediante la emisión de sonidos que refieran a cosas y que prediquen acciones de ellas con una intención particular. ¿Dónde está el acto de emisión? En la publicación del texto. ¿A qué se refiere y qué predica? Los fusilamientos clandestinos en el basural de José León Suarez ¿Cuál es la intensión? Inspirar espanto y así evitar que estos hechos se repitan. Pero a esto volveremos más tarde.

Revisemos los años anteriores a la investigación que tendrá como resultado Operación Masacre. Rodolfo Walsh, hijo de irlandeses, cultivado en la lectura por su madre y luego traductor del inglés al castellano, trabajó como lavacopas, limpiavidrios y comerciante de antigüedades. Rodolfo era, por entonces, periodista, escritor de literatura policial y ajedrecista aficionado:

Su primer producción literaria se plasma en un volumen de relatos policiales, que obtiene el Premio Municipal de Literatura: Variaciones en Rojo; un homenaje al detective Holmes, su creador Doyle y la primera novela de éste: Estudio en escarlata. Se trata de tres nouvelles donde el protagonista, Daniel Hernández, es un detective aficionado, suerte de alter ego de Walsh con quien comparten el oficio de corrector de pruebas. Hernández es amigo del comisario Jiménez, a quien acompaña en los casos que se le plantea, resolviendo con ingenio los enigmas de cada uno de los crímenes. Esta pasión de Walsh por armar historias como si fueran partidas de ajedrez la abandonará cuando compruebe que la realidad misma es un juego mucho más amplio, complejo y peligroso, y se transforme él mismo en el investigador que debe develar misterios de odios, rencores y muertes. (Domínguez, I).

Por cierto, era apolítico, aunque pro-golpista y aniti-peronista, por lo menos, en el momento previo a Operación Masacre. Walsh dice en la “Introducción” de la primera edición (marzo de 1957):

Como periodista, no me interesa demasiado la política. Para mí fue una elección forzosa, aunque no me arrepiento de ella. (p. 148-149).

Recordemos que al momento de las investigaciones del ‘caso Livraga’ Walsh era un liberal que apoyaba a la derecha:

Al finalizar su adolescencia había tenido cierta simpatía con el peronismo, a través de la Alianza Libertadora Nacionalista, de donde le venía su amistad con el cura Castellani. Pero, como muchos pensadores de su tiempo, se transformó en un intelectual antiperonista, sin por ello enfrentar abiertamente el régimen, manteniendo su tendencia por el nacionalismo. (Domínguez, I).

Al comenzar el “Prólogo” de Operación masacre Walsh parece un personaje salido de un policial de enigma: un hombre que gusta del ajedrez y del arte, y que se distingue por su pura racionalidad. Y fue justamente así que mientras jugaba al ajedrez en un café de La Plata sucedió un hecho que le cambiaría la vida: alguien le habló de ‘un fusilado que vive’. Allí encontró la gran ocasión de convertirse en Daniel Hernández, el Sherlock Holmes que su pluma supo dibujar en sus primeros cuentos. Esa era, como decíamos, la gran ocasión de ser un detective de enigma capaz esclarecer racionalmente un misterioso caso y de narrarlo en una especie de ‘novela por entregas’, tal como un oficial de las fuerzas armadas clasificó el relato que Walsh le hizo más tarde de los hechos que Operación masacre narrará. Con ese fin comenzó una investigación periodística obsesiva, buscó testimonios, ubicó al ‘fusilado vivo’ y, luego, al resto de los sobrevivientes de los que él llamaría la ‘Operación masacre’.

Si bien Walsh en el comienzo se presenta como un detective de enigma, cuando entrevista a Livraga se produce en su interior una suerte de transformación extraña que lo hace devenir en un investigador de policial negro que comienza a imbuirse en las relaciones sociales, en el peligro, sirviéndose de su experiencia como su única guía. Así pasa del pulcro terreno de la lógica a la oscura realidad social que vivía en ese entonces el pueblo argentino. Según Viñas, Walsh va del ajedrez a la guerra, y en ese trayecto, el policial inglés se transforma en un híbrido policial negro que se escapa de sus propias páginas.

Las sucesivas investigaciones le fueron revelaron que no hubo en realidad fusilamientos en el basural de José León Suarez, sino el asesinato gratuito de cinco personas, un verdadero crimen de Estado. Y es esto lo que determina su apertura definitiva de la Revolución Libertadora. Dice en 1957:

Suspicacias que preveo me obligan a aclarar que no soy peronista, no lo he sido ni tengo la intención de serlo (…). Tampoco soy ya partidario de la revolución que –como tantos– creí libertadora. (p. 149).

Vemos aquí un primer cambio: el anti-peronismo se convirtió en no-peronismo y el pro-golpista se convirtió en no-pro-golpista.

A Rodolfo Walsh le había complacido que en el ’55 haya triunfado el golpe de Estado contra el presidente constitucional Juan Domingo Perón liderado por Lonardi y Rojas, ya que esto suponía que la autodenominada Revolución Libertadora dejaría lo bueno que hizo Perón y pondría fin a lo malo. Sin embargo, la blanda postura de Lonardi contra el peronismo llevó a que la oligarquía y otros sectores reaccionarios lo forzara a renunciar el año mismo del golpe militar. Fue entonces que Aramburu asumió el poder de facto. Con él la situación social sufrió un terrible retroceso, los representantes gremiales fueron encarcelados, asesinados o tuvieron que exiliarse, los sindicatos estaban intervenidos por los militares, la industria nacional devastada, los símbolos peronistas estaban prohibidos y el Partido Justicialista había comenzado a sufrir una proscripción que duraría dieciocho años. Aramburu, en nombre de la libertad, destrozó lo mejor del peronismo y empeoró lo peor, y así lo demuestra el descontento generalizado de la clase obrera y lo confirman los fusilamientos clandestinos en los que Walsh se sumergió por largo tiempo. La ‘novela por entregas’, aun en proceso, ya se estaba convirtiendo en una aguda denuncia social.

Los militares habían demostrado que no eran mejores que Perón y Rodolfo Walsh comenzó a entenderlo durante la entrevista que le realizó al Doctor Jorge Doglia. Éste había sido testigo de los ‘métodos’ policiales utilizados por la ‘Revolución Libertadora’, ‘métodos’ pavorosos cuyos blancos excedían los límites del peronismo. Según su testimonio los presos sin familia eran literalmente asesinados a golpe de azote, de alambre o de cachiporras por la policía bonaerense sin causas que superasen el robo menor. En otros casos, las detenciones no tenían más motivos que la indigencia de los detenidos que sufrían igual suerte que los carteristas (p. 153). Walsh dice, también en la “Introducción” de la primera edición (marzo de 1957):

Reitero que esta obra no persigue un objetivo político ni mucho menos pretende avivar odios completamente estériles. Persigue –una entre muchas– un objetivo social: el aniquilamiento a corto o largo plazo de los asesinos impunes, de los torturadores, de los ‘técnicos’ de la picana que permanecen a pesar de los cambios de gobierno, del hampa armada y uniformada. (p. 149-150).

Lo que Operación masacre no deja en claro es si realmente los protagonistas se habían reunido el 9 de Junio de ’56 en el departamento de Juan Carlos Torres con el fin de escuchar por la radio la pelea de boxeo de Lausse o si eso era sólo una pantalla y se habían reunido para escuchar, por Radio Nacional, noticias sobre el levantamiento militar peronista a cargo del General Valle y, en el caso de que tuviera éxito, marchar a Plaza de Mayo para pedir por la vuelta de Perón. Lo que el texto, sin dudas, deja claro es que los fusilamientos en el basural fueron un crimen contra la sociedad argentina:

Walsh, como Arlt, no sublimiza a la gente de pueblo. Para Walsh es como es y en tres líneas la retrata al hablarnos de un vecino, don Pedro: ‘Sus ideas son enteramente comunes, las ideas de la gente del pueblo; por lo general acertadas con respecto a las cosas concretas y tangibles, nebulosas o arbitrarias en otros terrenos’. Walsh no se hace ilusiones, los toma como son, pero no por eso hay que fusilarlos ni picanearlos. (Bayer).

En el “Epílogo” de la segunda edición (1964) Walsh deja claro que a esa altura el problema no puede ser entendido como un emergente social, sino como el resultado de un premeditado sistema político de represión violenta. Después de todo, el juicio iniciado de Livraga contra el Estado era, ante todo, un juicio justo:

(...) y ésta es otra de las fases de la monstruosidad jurídica convalidada por el fallo de la Corte y por el ‘juicio’ militar, que son piedras de un mismo camino porque en 1957 no hacía falta ser un genio para saber que el teniente coronel González no iba a encontrar culpable al teniente coronel Fernández Suárez.

Ésa, pues, es la mancha imborrable, que salpica por igual a un gobierno, a una justicia y a un ejército:

Que los detenidos de Florida fueron penados, y con la muerte, y sin juicio, y arrancándolos a los jueces designados por la ley antes del hecho de la causa, y en virtud de una ley posterior al hecho de la causa, y hasta sin hecho y sin causa.

No habrá ya malabarismos capaces de borrar la terrible evidencia de que el gobierno de la revolución libertadora aplicó retroactivamente, a hombres detenidos el 9 de junio, una ley marcial promulgada el 10 de junio. Y eso no es fusilamiento. Es un asesinato. (p. 131).

Nuestro investigador reincidió en su tentativa de hacer juzgar el crimen durante el gobierno constitucional de Arturo Frondizi, pero tampoco fue oído:

Aramburu ascendió a Fernández Suárez; no rehabilitó a sus víctimas. Frondizi tuvo en sus manos un ejemplar dedicado de este libro: ascendió a Aramburu. Creo que después ya no me interesó. En 1957 dije con grandilocuencia: ‘Este caso está en pie, y seguirá en pie todo el tiempo que sea necesario, meses o años’. De esa frase culpable pido retractarme. Este caso ya no está en pie, es apenas un fragmento de historia, este caso está muerto. (p. 172).

Walsh sufrió la desconsideración de sus colegas, la prensa también le había dado la espalda. Los diarios habían escrito, tras el juicio, al dictado de Fernández Suarez (p. 154). La resolución del caso, entendía Walsh, es imposible a través de las vías legales y la denuncia social comenzó entonces a convertirse entonces en una lucha política.

Concentrémonos ahora en el aspecto textual. Domínguez en su valioso ensayo El caso Rodolfo Walsh: un clandestino señala que:

En realidad la presencia de Fernández Suárez se diluye aquella noche, se llega a sospechar que ‘usa’ el fusilamiento de los detenidos como para ‘blanquear’ su situación, que habría sido ambigua durante los primeros intentos revolucionarios. Próximo a Campo de Mayo, habría decidido arrestar a unos civiles y ‘guardarlos’ hasta ver lo que ocurría con el movimiento rebelde.

Esta sospecha, que presenta a los protagonistas como ‘pobres diablos’ ingenuos ante la sublevación de Valle, queda desmentida por otro dato que nos aporta el autor en el siguiente apartado:

[El juez Belisario Hueyo] Aunque no lo hace explícito, en el ’58 conocerá a otro personajes, el general Cuaranta, quien habría dado la orden de los fusilamientos al jefe de la policía Bonaerense.

Según esto, Fernández Suarez obedecería órdenes ‘de arriba’ por lo que quedaría exento de la responsabilidad de la sentencia, aunque, claro, bien podría haber ‘guardado’ a los futuros fusilados y, llegado el caso, haberle solicitado la orden al General Cuaranta. Aunque no podemos descartar por completo esta hipótesis, resulta demasiado inverosímil que dentro del verticalismo militar un subordinado ‘le de la orden’ a un superior de que éste le dé a su vez la orden de fusilar a unos ‘pobres diablos’, sin ninguna causa a un Comisario Inspector:

2.45. Rodríguez Moreno tiene un mal pálpito. ¿Porqué a él, justamente a él, tenían que caerle estos pobres diablos? Y sin embargo, hay como una misteriosa justificación, una fidelidad del destino en la misión que le va a tocar. (p. 60).

La sospecha de la ambigüedad política de Fernández Suarez parece, bajo la luz de estos datos, bastante difícil de fundamentar. En cualquier caso, ¿creía realmente el Estado de facto que los detenidos tenían alguna vinculación con la sublevación de Valle? ¿Los secuestraron y fusilaron para infundir el terror en el pueblo peronista? ¿Tenían los detenidos alguna vinculación con la sublevación de Valle? Walsh se cansó de decir en las dos primeras ediciones que a lo sumo alguno de los detenidos tenían una vaga idea. Las pruebas testimoniales de Operación masacre, sin embargo, no parecen sostener precisamente eso. Recordemos que de las 14 personas registradas que pasaron por el departamento de Florida que 8 eran peronistas revolucionarios seguros (Carranza, Garibotti, Rodríguez, Torres, Gavino, Lizaso, Troxler y ‘Marcelo’) y 1 (Di Chiano) era simpatizante; el resto eran apolíticos aunque amigos de peronistas: a Livraga lo llevó el ‘Gordo’ Rodríguez y a Giunta, lo invitó Di Chiano, a los otro dos (Brión y Benavidez) no queda claro quien los invitó. Pero, apunta Walsh, en el departamento de Torres siempre eran bienvenidos los amigos y los amigos de los amigos. Walsh, confirma esta hipótesis al presentar a Gavino con este monólogo interior directo:

“Ya no hay nada esta noche”, repite Norberto Gavino para sus adentros. Hace rato que la radio tendría que haber dado la noticia. Por un momento piensa que “Marcelo” tiene razón. Pero después se olvida. Si no hay nada, tampoco hay peligro para nadie. Muchos han venido simplemente de visita, gente a quien él ni conoce, sería ridículo decirles: “Váyanse, estoy por hacer una revolución".

Si podemos considerar a Operación masacre como una no fiction, es decir una narración novelada de hechos verídicos, es por el trabajo de selección que el autor hace de los datos presentados y sobre todo, el modo en que lo hace (qué prioriza, qué relega, cómo llena los vacíos, qué intención tiene el texto).

En un primer momento, Walsh quiere escribir una novela por entregas basada en hechos reales (como Juan Moreira de Gutiérrez, pongamos por caso), luego se decide por realizar una investigación periodística. Al terminar la primera edición (1957), Walsh manifiesta que ha narrado hechos con el fin de agitar las consciencias para que esos hechos no se repitan. El problema en ese momento, dijimos, era la corrupción del Estado que, en casos aislados, privó a algunos de sus ciudadanos de sus garantías individuales, por lo que el texto funciona como una denuncia social.

En 1964, Walsh renuncia a la posibilidad de hacer justicia mediante instituciones estatales intervenidas (‘este caso está muerto’ había escrito con una profunda resignación).

En 1969, la situación política ya era otra; aquí el texto adquiere su interés definitivo: mostrar cómo los gobiernos sostenidos por las plutarquías de terratenientes oligarcas convierten a los movimientos sociales en la carne masacrada del pueblo argentino y cómo violan cualquier tipo de libertad individual que pueda proyectarse hacia una auténtica libertad nacional, una libertad hecha por el pueblo y para el pueblo. No en vano "Retrato de la oligarquía dominante" cierra el epílogo de esta tercera edición.

La edición de 1972 es la definitiva, pues incluye el último apartado de la "Tercera parte" de Operación masacre, "Aramburu y el juicio histórico", el apéndice “Operación” en cine. Así entendemos que el foco de la denuncia se desplaza de Livraga, el ‘pobre diablo’ fusilado gratuitamente, a los muertos presentados en el film de Jorge Cedrón Operación masacre como los peronistas revolucionarios caídos en su lucha por una patria socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana. Esta será la lucha que determinará los surgimientos de las organizaciones del peronismo revolucionario como las FAP (en donde Walsh iniciaría su militancia peronista), las FAR, Descamisados, Montoneros (que terminaría absorbiendo a las demás organizaciones). El ‘caso muerto’ tuvo finalmente una resolución: el juicio histórico a Aramburu. El pueblo argentino fue fiscal de este juicio y los montoneros fueron quienes aplicaron la sentencia.

La película Operación masacre fue filmada en la clandestinidad entre 1971 y 1972, y fue proyectada también clandestinamente ante, aproximadamente, un millón de personas en muchas villas de emergencia y barrios humildes. Con la vuelta del peronismo al poder con presidente Héctor Cámpora, el film abandonaría la clandestinidad y sería presentado en los cines de toda la Argentina. La película debe ser leída, por muchos motivos, como otra edición del libro paralela a la edición de 1972 ya que a un guión escrito por el mismo Walsh y por Jorge Cedrón se le sumaban los relatos y la actuación de Jorge Troxler, uno de los sobrevivientes a la masacre de José León Suarez. El film, que complementa el libro en su punto más pobre, el político, no nos permite la más mínima duda respecto del compromiso de casi todos los ‘fusilados’ con la causa de Valle y la revolución peronista.

Ahora sí, volvamos a los Actos de Habla. Como dijimos, hablar es hacer explícita una intención. Esa explicitud modifica, de hecho, la realidad. Recordemos que una frase ‘desafortunada’ de Marie Antoinette (“si el pueblo no tiene pan, que coma pasteles”) desató la revolución que daría pie al comienzo de la modernidad en 1789. Cuando Walsh realizó el acto de habla a que llamó Operación masacre aportó una pieza fundamenta para que empiece a fermentar la revolución peronista iniciada por los movimientos revolucionarios y concluida parcialmente con el asenso de Cámpora al poder. Pero como todo emisor es receptor de su propio discurso, Operación masacre también transformó a su autor, haciéndolo, primero, partícipe del gobierno revolucionario de Cuba, donde como criptógrafo, descifró, con una anticipación de seis meses, mensajes en los que se planeaba una invasión de ‘gusanos’ a Bahía de los cochinos, hecho que, quizás, haya salvado a la isla de una invasión contrarrevolucionaria preparada por la CIA. Y después de la fusión de las OAP (organizaciones armadas peronistas) participó en le inteligencia de Montoneros para preparar atentados y llegó también a saber, seis meses antes, que el 14 de marzo de 1976 los comandantes en jefe de las tres armas derrocarían al la presidente Isabel Martínez de Perón.

A modo de conclusión, podemos decir que Operación masacre puede ser el texto literario (es decir un tejido de signos que buscan producir un valor estético) que ‘le ganó de mano’ a A sangre fría de Truman Capote en la creación del género no fiction o que mejor recupera el estilo argumentativo del Facundo de Sarmiento, pero creemos que es ante, todo el resultado de una investigación periodística que cambiaría, primero, la vida del autor y, luego, la historia argentina del S. XX.