viernes, 16 de mayo de 2008

El indio
















En la noche platinada
bajo la luz de la luna
se dibuja en la laguna
la sombra de la arbolada.
Y al medio día, fraguada,
al suelo sirve de abrigo
la mansa alfombra de trigo,
el brillazón de la pampa,
como si fuera una estampa
que tiene al sol por testigo.

Se oye el galope a lo lejos
del jinete solitario
cruzando el vasto escenario,
desierto de oro y espejos.
Con los dos ojos bermejos
de tanto llanto sufrido,
el poncho descolorido,
la barba revuelta y zaina,
y en la polaina la vaina,
cabalga muy mal herido.

Sufrió lluvias y sequías
para escapar de la leva,
cruzó el camino que lleva
a las viejas tolderías.
Con el correr de los días
dio con un viejo araucano
quien le habló como a un hermano
diciéndole de este modo:
“Nos despojaron de todo
y ahora nos sacan del llano.

Mira, hermano, el horizonte,
mira la tierra que pisas,
ya no hay calor en las brisas
ni zorzales en el monte.
Ven, hermano, el poncho ponte
que de veras duele el frío
y cuando viene el rocío
en verdad se siente el hambre;
acá no sirve el alambre
para enmendar el hastío.

Ayer nomás yo tenía
a mi mujer y mi hijo,
ayer nomás ella dijo
que el gualincho volvería.
Dijo también que vendría
con unas flechas de fuego
y que vería como un juego
la matanza del malón,
y aquella fue la razón
por la cual murieron luego.

Dijéronme mis hermanos
que era bruja maliciosa
y hallándola temblorosa
le revisaron las manos.
Dijéronme que en los llanos
sólo el malón alza tierra
y no vieron que la guerra
no se podía ganar
y así fueron a pelear
descendiendo de la sierra.

Sólo yo pude escapar
de aquella cruenta matanza
y pude ver en la lanza
que quiso un soldado alzar
el vacío en el mirar
de los ojos de mi hijo,
que ahora era un amasijo
de sangre y carne difunta,
y así la muerte se yunta
a las piedras por lo fijo”.

Preguntole por su nombre
el jinete al araucano,
quien respondió: “Soy tu hermano,
sólo un hermano sin nombre.
Antes supe ser un hombre
que, como tú, galopaba
por esta tierra que amaba
por sobre todas las cosas
y contemplaba que hermosas
eran las flores que daba.

Ni el nombre me queda ahora,
pobre hermano, hermano mío,
y moriremos de frío
antes que llegue la aurora.
Ni el nombre me queda ahora;
sólo el tiempo transcurrido
recordará quién he sido
y cómo ha sido mi vida.
Es amarga la partida
de los hijos del olvido”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario