martes, 22 de marzo de 2011

La huella del otoño

Pasó una noche enceguecida como un rayo
y cada muerte le sumaba su silencio;
y pasó,
pasó de largo,
por las negras avenidas y las persianas bajas de los almacenes,
por el miedo a preguntar y el qué sé yo,
por la plaza desolada y taciturna,
por las encadenadas puertas de las casas,
por el hambre que se calla a sus espaldas,
pasó de largo la noche,
atravesó los muros de los edificios y los hospitales,
regó de miedo el corazón de la miseria,
le quitó la vida al que la amó,
y le quitó el pan al que el pan nos amenazaba,
y pasó, pasó de largo,
pasó de largo y se fue,
y, al irse,
dejó en la tierra
su sin sentido,
su voz terrible,
el silencio sepulcral de la poesía.

* * *

A la sombra primera del otoño
sangró Latinoamérica estreñida
por el paso sigiloso del ejército.
Las bocas que gritaban se apagaron,
humedecidos los ojos por la furia
y el paso redoblado del terror.
Los diarios clandestinos,
un fuego que se apaga,
los besos ya secados para siempre,
la patria reducida a mil escombros,
el silencio de la plaza despoblada,
las islas apagadas en el mar.
Un pueblo se olvidó que se moría
y el viento hizo volar
por última vez en su destino
las hojas del otoño.
Y los muertos aún están gritando
desde las inéditas tumbas en que yacen
mientras pasa alegre
ante sus dolientes ojos
la consigna de sus asesinos,
el objeto de la muerte
de todos esos hombres y mujeres.
Está cruzando allí, por la vereda,
comprando caramelos en los kioskos
saludando a una vecina, a un vigilante,
gritando “¡Ya pasó!”, “¡Qué tanto escándalo!”,
“¡Pero, hijo, una guerra es una guerra!”
y “¡No hay por qué llorar!”.
Le sonríe una dama y guiña un ojo,
hoy parece que el mundo le sonríe
y al llegar a su trabajo
en The Argentine Company le dicen:
“Dear friend, we hope that you feel like in home”.
y nuestro hombre contesta: “Thank you, thank you”
las únicas palabras que conoce
de esa lengua en que sus dioses le hablan.
Luego se detiene y lee:
“A la sombra primera del otoño
sangró Latinoamérica estreñida
por el paso sigiloso del ejército”,
y dice ofuscado: “¡Esto no es poesía!”
y quizás tiene razón.
Los muertos, entre tanto,
sienten otra vez, los puñales helados del olvido.

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