viernes, 18 de febrero de 2011

No me pisen las flores


En 1871, una revolución dejó a París, por segunda vez, en manos de los comuneros.

Charles Baudelaire comparó a la policía con el dios Júpiter, y advirtió que el culto de la belleza desaparece cuando no hay aristocracia.

Théophile Gautier dio testimonio:

-Las bestias malolientes, con sus aullidos salvajes, nos invaden.

El efímero gobierno de la Comuna quemó la guillotina, ocupó los cuarteles, separó la Iglesia del Estado, entregó a los obreros las fábricas cerradas por los patrones, prohibió el trabajo nocturno y estableció la enseñanza laica, gratuita y obligatoria.

-La enseñanza laica, gratuita y obligatoria no hará más que aumentar el número de los imbéciles -profetizó Gustabe Flaubert.

Poco duró la Comuna. Dos meses y algo. Las tropas que habían huido a Versalles volvieron al ataque y, tras varios días de combate, arrasaron las barricadas obreras y fusilando celebraron la victoria. Durante una semana fusilaron noche y día, ráfagas de ametralladoras que mataban de a veinte en veinte. Entonces Flaubert aconsejó no tener compasión con los perros rabiosos y como primer remedio recomendó acabar con el sufragio universal, que es una vergüenza del espíritu humano.

También Anatole France celebró la carnicería:

-Los comuneros son un comité de asesinos, una partida de bribones. Por fin el gobierno del crimen y de la demencia se está pudriendo ante los pelotones de fusilamiento.

Emile Zola anunció:

-El pueblo de París calmará sus fiebres y crecerá en sabiduría y esplendor.

Los vencedores erigieron la Basílica del Sacré-Coeur, en la colina de Montmartre, para agradecer a Dios la victoria concedida.

Mucho atrae a los turistas esa gran torta de crema.

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